El príncipe Carlos III llegó al reinado en una de las etapas más críticas en la vida política, económica y social del Reino Unido.
Su ascenso no solo ocurrió en un contexto de incertidumbre, sino también coincidió con un período en el que su salud se había deteriorado, lo que añadía una capa de complejidad.
Las tensiones políticas internas, sumadas a los desafíos personales que enfrentaba debido al cáncer de colon, pusieron a prueba tanto su capacidad de liderazgo como su resiliencia frente a las adversidades.
No es un monarca carismático ni heredó la fortaleza política; es simplemente Carlos III, el hijo de la poderosa Reina Madre.
Y para golpear aún más su corona, Camila, su segunda esposa, es repudiada por la sociedad británica, pero ella disfruta del reinado y es pieza clave en la ejecución del poder. Su temperamento es más férreo que el de su esposo.
Para los londinenses son dos los personajes emblemáticos y mágicos que no olvidan: Winston Churchill y Lady Di (Diana Spencer), quienes sacudieron y retaron en numerosas ocasiones al poder emanado del Palacio de Buckingham.
Hay un pasaje histórico del notable estadista, historiador y escritor Churchill, quien en un festejo de sus 80 años –organizado por la Reina Isabel II—soltó la frase: “Que renuncie”, locución que por cierto corre de boca en boca en países donde ejercen el poder los populistas.
En ese momento existía un enfado de la monarquía y de sus adversarios hacia su persona, porque el primer ministro no quería retirarse de la política.
El viejo zorro se aferraba al poder, porque era su vida.
En cambio, la joven e inexperta soberana imponía sus estrategias y exigía salud y eficiencia para gobernar.
Winston, había sufrido dos derrames cerebrales que mermaron su vida y, por ende, lo imposibilitaban para presidir sus actividades políticas.
Al agradecer el agasajo, improvisó con su inigualable humor, un mensaje donde se pitorreó de la monarquía y de los funcionarios lacayos:
“Es un gran honor estar aquí hoy. Ningún político había recibido un honor tan grande y estoy muy agradecido. A pesar de ello, estoy muy consciente después de haber servido a mi país durante 54 años de mis 80 años. ¡Que renuncie!, es la frase que ronda en el aire, y claro que es la ocasión perfecta para ello. El escenario está listo, la audiencia reunida, todo listo para el discurso de despedida. Solo hay un problema: el actor principal olvidó sus líneas y en lugar de retirarse, él escribirá unas nuevas. Cuando tus colegas políticos son tan amables para regalarte un retrato hecho por un ambicioso modernista, uno debe preguntarse: es un regalo o es una maldición”.
La audiencia en lugar de reprobar su actitud vitoreó al hombre leyenda del liderazgo británico que irradiaba una presencia política incomparable.
En nuestro país, los políticos ambiciosos también se aferran al poder (Adán Augusto López, Ricardo Monreal, Gerardo F. Noroña, Alejandro “Alito” Moreno, Marko Cortés, Manuel Huerta Ladrón de Guevara, Miguel Ángel Yunes Linares y sus “chiquitines”, entre otros) y se anclan a su escritorio.
Quieren eternizarse y muchos de ellos son charlatanes carentes de un auténtico liderazgo.
Por eso el pueblo debe ponerse exigente y manifestarse.
¡Ya no más!
Fuente: https://elnumerounoveranews.mx/columna.php?id=474