Agencia Innova Digital.- La noche del 1 de noviembre, mientras la plaza principal de Uruapan se iluminaba con velas, catrinas y fuegos artificiales, el presidente municipal Carlos Alberto Manzo Rodríguez fue asesinado a tiros en plena inauguración del Festival de las Velas. El edil, que sostenía en brazos a un niño disfrazado de calavera, cayó frente a cientos de asistentes. ¿Un ataque directo? ¿Un mensaje? ¿Una traición disfrazada de atentado?
Dos hombres armados se abrieron paso entre la multitud y dispararon sin titubeos. El regidor Víctor Saladitas, una trabajadora municipal y uno de los escoltas del alcalde también fueron alcanzados. Saladitas recibió tres impactos y se reporta grave; el escolta lucha por su vida. La empleada municipal está estable.
La reacción de los cuerpos de seguridad fue inmediata. Uno de los agresores murió en el trayecto al hospital; otros dos fueron detenidos, uno de ellos herido. ¿Actuaron solos? ¿Quién los envió? ¿Por qué justo en ese momento?
Las imágenes del atentado, captadas por asistentes, muestran el instante en que la fiesta se convirtió en tragedia. Pero también revelan una logística precisa, una ejecución sin margen de error. ¿Casualidad o cálculo?
Minutos antes del ataque, Manzo agradecía a los asistentes por mantener viva la tradición. Lo hacía frente a una catrina monumental, rodeado de familias, en la explanada de la iglesia de La Inmaculada. Después, dio paso al encendido de las velas, aún con el menor en brazos, mientras observaba los fuegos artificiales. ¿Sabía que lo estaban vigilando?
El gobernador Alfredo Ramírez Bedolla condenó el crimen: “Condenamos enérgicamente el cobarde atentado en el que perdió la vida el alcalde de Uruapan Carlos Manzo, por el cual ya se encuentran dos personas detenidas y una más abatida”. La Guardia Nacional y la Secretaría de Seguridad Pública desplegaron un operativo en la zona. ¿Suficiente? ¿Tarde?
La luz de las velas no bastó para espantar a la muerte. La tradición fue quebrada por la violencia. Y los llamados “asesinos solitarios” dejaron su firma en una noche que debía honrar a los muertos… no sumarles uno más.
Pero la pregunta persiste: ¿fue un ataque aislado o parte de una traición sistemática que se cocina desde dentro?
