Martín Aguilar se merece la rectoría

Por Luis Gerardo Martínez García

A inicios de 2021 charlamos un maestro de la Universidad Veracruzana y yo en un café del centro de la capital; dos horas aproximadamente comentamos de lo poco o mucho que sabíamos de los aspirantes a la rectoría de nuestra máxima casa de estudios.

Mi amigo insistía en que después de Sara Ladrón de Guevara le correspondía el turno a un hombre, cuestión que solo escuché. Además, argumentaba que una dosis más de humanidades no le caería mal a la UV. Incluso llegó a decir: “Martín es un buen hombre; y como ha viajado tanto seguro tiene una visión distinta de la educación superior “.

Agregó orgulloso, Martín es un investigador SNI 2, estudioso de los movimientos sociales; ha sido asesor de gente de peso de Morena, y por si fuera poco tiene empatía entre alumnas y uno que otro estudiante.

Yo le respondí que no veía en su discurso una sola propuesta de Proyecto Educativo Universitario. Cosa que corroboré cuando Norma Trujillo me pidió entrevistar al ya candidato a la rectoría. Charlamos en una transmisión de 30 minutos y me quedó claro eso, que no tenía un Proyecto; si tenía muy claros los números financieros, de matrícula, de investigación. Recuerdo que no le entró al debate sobre el MEIF (este modelo ya muy arcaico).

Aún así, me insistió mi amigo, Martín merece la rectoría: es el menos cuestionable, nunca ha estado en la administración, nunca ha sido directivo, nunca ha tenido la responsabilidad de una nómina, nunca ha trabajado con más de 20 personas. Sería la gran oportunidad para la UV, de tener a una persona sin cola que le pisen.

¿Es un investigador de escritorio?, pregunté. Si, ahora que ya está grande de edad y está cansado, pero en su juventud fue un investigador de campo al que le ha gustado viajar mucho.

Días después la Junta de Gobierno lo nombró oficialmente rector de la UV. ¡Te lo dije! Me escribió mi amigo. Martín Aguilar era el bueno. Ya verás que a la Universidad le irá muy bien.

Pasaron sus cuatro años. Siempre pensé que Martín repetiría, tal y como sus antecesores (independientemente del papel que desempeñara; recordemos que no existe una evaluación formal de la Rectoría). En ningún momento, ni mi amigo ni yo pensamos en la edad avanzada de Martín y mucho menos que la legislación se lo impediría. Pero así fue.

Pero a uno de sus cercanos, prefiero omitir su nombre, vio un recoveco en la Legislación llamado Prórroga que podían interpretar a conveniencia. Eso vino a causar revuelo al interior de la institución; un revuelo mínimo y minimizado, pues prevalece la apatía universitaria.

Segunda reunión con mi amigo; cuatro años después.

¿Ya viste que se están manifestando en contra de Martín? le dije extrañado. ¡Si, caray! Ese Martín le falló a la UV y lo que es peor, se quiere aferrar al poder, me dijo. Hace cuatro años dijiste que Martín se merecía la Rectoría, le repliqué; si, y no me arrepiento, me dice molesto, pero debe entender que su ciclo ya terminó y no debe aferrarse al poder. Martín tiene ahora la oportunidad de salir dignamente por la puerta grande de la Rectoría; de seguir en la necedad de sus cuates, creará un ambiente antagónico y de ilegalidad que lo podría poner como el peor rector. Tiene pocos días para tomar la mejor decisión, terminó mí amigo, con una mueca de enojo y descontento. Fin de la charla.

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