Como madres, uno de nuestros mayores miedos es que nuestros hijos enfrenten una enfermedad grave. Cuando se trata del cáncer infantil, el temor es aún más profundo, sobre todo al escuchar términos como “tumor cerebral agresivo”.
El meduloblastoma se posiciona como uno de los más comunes y agresivos en niños y adolescentes. Sin embargo, una reciente investigación de un grupo de científicos en Alemania publicada en la revista científica Nature podría marcar un antes y un después en la comprensión de cómo y cuándo se originan estos tumores.
¿Qué es el meduloblastoma?
El meduloblastoma es un tumor maligno que se forma en el cerebelo, la parte del cerebro que controla el equilibrio y la coordinación. Representa aproximadamente el 20% de los tumores cerebrales en niños y es especialmente preocupante por su rapidez de crecimiento y capacidad de diseminarse a otras partes del sistema nervioso.
Existen varios subtipos de meduloblastoma, pero los más agresivos son los clasificados como grupo 3 y grupo 4. Estos subgrupos tienden a tener peor pronóstico, ya que muestran mayor resistencia a los tratamientos y un mayor riesgo de metástasis.
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¿Qué descubrieron los científicos alemanes?
Un equipo del Centro Oncológico Infantil Hopp de Heidelberg (KiTZ), en colaboración con el Centro Alemán de Investigación Oncológica (DKFZ) y el Hospital Universitario de Heidelberg (UKHD), logró algo sin precedentes: identificar el momento exacto del desarrollo embrionario en que estos tumores comienzan a formarse.
Utilizando análisis de células individuales, una tecnología avanzada que permite observar con gran detalle la composición genética de cada célula en el tumor, los investigadores estudiaron miles de células de pacientes pediátricos con meduloblastoma. De esta forma, reconstruyeron con precisión la evolución del tumor desde sus primeras etapas.
Los resultados fueron impactantes: los meduloblastomas más agresivos comienzan a desarrollarse entre el primer trimestre del embarazo y el final del primer año de vida.
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¿Cómo se origina este tumor?
Los investigadores descubrieron que el origen de estos tumores se encuentra en un tipo específico de células nerviosas en desarrollo, llamadas células en cepillo unipolares, que forman parte del cerebelo.
Estas células aparecen también entre el primer trimestre del embarazo y el primer año de vida del bebé, lo que coincide con el periodo en que se detectan los primeros indicios de los tumores.
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En este punto inicial, se producen reordenamientos masivos de cromosomas en las células. Algunas pierden o ganan cromosomas enteros o partes de ellos, un fenómeno que puede ocurrir al azar. Esta alteración genética temprana parece ser el primer paso en el desarrollo del tumor, aunque todavía no hay síntomas clínicos visibles.
Una vez que estas alteraciones cromosómicas han ocurrido, las células afectadas pueden parecer normales durante mucho tiempo. Pero con el paso de los años, si se acumulan otras mutaciones, el tumor comienza a crecer y a manifestarse.
Es entonces cuando aparecen genes cancerosos como MYC, MYCN o PRDM6, que están implicados en la agresividad, la capacidad metastásica y la resistencia al tratamiento del tumor, pero no en su formación inicial.
¿Se puede detectar de forma temprana?
¡Sí! Y este es uno de los aspectos más esperanzadores de este estudio. La doctora Lena Kutscher, una de las líderes de la investigación, afirma que, si en el futuro se logran desarrollar métodos suficientemente sensibles para detectar estos cambios genéticos a través de fragmentos de ADN en la sangre, podríamos estar frente a una herramienta poderosa de detección temprana.
En otras palabras, podría ser posible identificar a bebés en riesgo incluso antes de que desarrollen un tumor visible, mediante análisis de sangre no invasivos, lo que abriría la puerta a intervenciones preventivas o un seguimiento mucho más estrecho desde los primeros meses de vida.
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¿Cómo identificar el meduloblastoma?
Aunque este tumor puede originarse desde el embarazo, los síntomas no se presentan hasta que el tumor ha crecido lo suficiente como para presionar otras partes del cerebro. Entre los signos más comunes en los niños se encuentran:
Dolores de cabeza persistentes
Náuseas y vómitos, especialmente en la mañana
Problemas de equilibrio y coordinación
Cambios en el comportamiento o dificultades escolares
Convulsiones
Estos síntomas pueden confundirse con otras afecciones comunes, por lo que es vital estar atentos y consultar con el pediatra ante cualquier señal inusual.
Aunque aún queda mucho por investigar, este descubrimiento nos acerca a una medicina pediátrica más precisa y preventiva. Como terapias dirigidas más eficaces y, lo más importante, a una mejor calidad de vida para los niños y sus familias.