Denisse Maerker escribió y dirigió el documental de cinco capítulos titulado “PRI: Crónica del fin”, una interesante reconstrucción histórica de la creación del Partido Revolucionario Institucional (PRI), pasando por sus etapas previas como el Partido Nacional Revolucionario (PNR) y el Partido de la Revolución Mexicana (PRM).
El documental se apoya en entrevistas con numerosos actores políticos de distintas épocas y constituye un material valioso para que las nuevas generaciones comprendan una parte esencial del siglo XX. Sin embargo, presenta errores históricos, pues la mayoría de las referencias provienen de políticos y no de académicos.
En el caso del PNR, es falso que se haya creado con dos mil partidos políticos, como afirmó Heriberto Galindo Quiñones. En realidad, fueron poco más de cien, como documentó Luis Javier Garrido en su libro “El partido de la revolución institucionalizada”. Además, faltó señalar que la idea de crear ese partido fue sugerida por el embajador de Estados Unidos en México, Dwight Morrow (1927-1930), primero a Álvaro Obregón y después a Plutarco Elías Calles. José Vasconcelos lo refiere en su libro “El Proconsulado” a través de una carta de Manuel Gómez Morín, quien relató que a Morrow no le interesaba ni Ortiz Rubio ni su gobierno, sino la creación de un partido político que diera estabilidad al país.
A Estados Unidos le preocupaba la estabilidad y pacificación de México en el contexto de la Guerra Cristera (1926-1929) y el alzamiento del general José Gonzalo Escobar. Morrow jugó un papel central para que su país vendiera armas a México. La fórmula de estabilidad fue, entonces, la creación de un partido político.
El PNR, que existió de 1929 a 1936, nació desde el Estado, sin sectores definidos. Su ideología era la de la Revolución Mexicana y sus integrantes eran en su mayoría revolucionarios sin credenciales académicas, guiados más por el “olfato político” que por doctrina. Era un partido único con un solo dueño: Plutarco Elías Calles. Esa clase revolucionaria fue depredadora y patrimonialista, donde la corrupción se convirtió en eje del régimen naciente. El único periodo de freno a la corrupción se dio entre 1936 y 1946, con el PRM creado por Lázaro Cárdenas, de quien no se conocen actos de corrupción sino una práctica de austeridad.
En 1946, Daniel Cosío Villegas publicó el ensayo “La crisis de México”. Allí lanzó críticas demoledoras, la más célebre: “De ahí la sangrienta paradoja de que un gobierno que hacía ondear la bandera reivindicadora de un pueblo pobre, fuera el que creara, por la prevaricación, por el robo y el peculado, una nueva burguesía, alta y pequeña, que acabaría por arrastrar a la Revolución y al país, una vez más, por el precipicio de la desigualdad social y económica”.
Respecto al presidencialismo metaconstitucional (1936-1997), no me detendré aquí, pues el objetivo es atender el documental. Regresando al trabajo de Denisse Maerker, en la entrevista a Carlos Salinas de Gortari, cuando habla de Manuel Camacho Solís, dice: “El presidente tiene colaboradores que piensan que son mejores que el presidente”. Aunque es cuidadoso en sus palabras, es evidente que reconocía, en su fuero interno, la superioridad política e intelectual de Manuel Camacho Solís, y que este hubiera hecho un mejor gobierno que el suyo, de haberlo nombrado sucesor.
Luis Donaldo Colosio Murrieta fue un candidato que remó contracorriente, desde el inicio de campaña, que fue el 8 de diciembre de 1993, lo hizo sin el permiso presidencial, y como se lo confesó a Julio Scherer, en su libro “Esos años”, el discurso del 6 de marzo de 1994 no lo conoció el presidente Salinas de Gortari. Inclusive, cuando Manuel Camacho Solís el 22 de marzo de aquel dijo apoyar a Luis Donaldo Colosio, como lo reafirma Marcelo Ebrard Casaubón, lo que he escrito varias veces, llegaron a un acuerdo Camacho-Colosio, y no es como Carlos Salinas afirmó en la entrevista que amenazó a Manuel Camacho para que apoyará a Luis Donaldo; simplemente porque Camacho Solís era autónomo, como el mismo comentó que: “…los pasos del gobierno qué el no compartía”
Me llamó la atención el desconocimiento histórico de Carlos Elizondo Mayer-Serra, quien en el documental atribuye un chiste a Ernesto Zedillo. Ese apodo, “la Semana Santa”, en realidad se popularizó en la campaña de Luis Donaldo Colosio. Yo mismo lo constaté, pues participé en aquella campaña. Como anécdota, en el elevador del edificio 2 del CEN del PRI coincidíamos a veces con Zedillo y le hacíamos bromas para que nos incluyera en las listas de diputados plurinominales. Así supimos del apodo, que surgió cuando lo iban a relevar como coordinador de campaña.
Sobre Manlio Fabio Beltrones, quien afirma que: “que podíamos esperar, si trajimos al PRI, a alguien que nunca creyó en el PRI”, considero que es una visión reduccionista. Zedillo fue agraviado dos veces por ese régimen: primero en 1968, cuando como estudiante del Politécnico fue detenido y golpeado por el ejército, y después por el asesinato de Colosio. Sumado a su formación en Yale, ello moldeó su visión democrática cercana al modelo norteamericano.
Yo estuve presente en el Auditorio Plutarco Elías Calles cuando Zedillo habló de la “sana distancia con el PRI”. Muchos no entendieron que lo decía por convicción democrática, no por desagrado hacia el partido. Sabía perfectamente que el Tratado con la Unión Europea, que entraba en vigor el 2 de julio del 2000, exigía dos condiciones: a) México debía ser democrático, y b) debía respetar los derechos humanos. De lo contrario, no habría acuerdo.
La diferencia entre Salinas y Zedillo respecto a la democracia fue clara. Salinas impulsó una “democracia selectiva”: sólo reconoció triunfos del PAN en Baja California, Chihuahua y Jalisco, y concertacesionó Guanajuato y San Luis Potosí. En cambio, Zedillo reconoció los triunfos del PRD, incluido el de Cuauhtémoc Cárdenas en la Ciudad de México, así como Zacatecas, Tlaxcala y Baja California Sur.
No todo fue sencillo dentro del gabinete. En la elección federal de 1997, cuando el PRI perdió la mayoría, Emilio Chuayffet, entonces secretario de Gobernación, intentó un “golpe técnico” al pedir a los diputados del PRI que no asistieran a la instalación de la Cámara. Hoy aparece en el documental como demócrata, pero fue un miembro prominente del grupo Atlacomulco y de la vieja clase política.
De Francisco Labastida Ochoa percibí resentimiento hacia Zedillo, culpándolo incluso de sus propios errores, como sus lamentables frases en el debate presidencial: “En las últimas semanas me han llamado chaparro, mariquita, la vestida, mandilón”. Tampoco resulta creíble que no supiera del Pemexgate, que costó al PRI una multa de mil millones de pesos.
Vicente Fox aparece como lo que fue: un producto del marketing político. Ranchero, entrón, antipolítico, el hombre que derrotaría al PRI. Pero una vez en el poder, careció de proyecto de gobierno y prefirió cohabitar con el PRI. Gobernar no es sólo querer, sino saber y poder. Felipe Calderón, por su parte, destruyó al PAN al tratarlo como si fuera el PRI, imponiendo dirigentes nacionales por dedazo. Ambos fallaron: Fox por miedo a gobernar y Calderón por las concesiones excesivas al candidato perdedor de 2006, que incluían la renuncia del presidente del INE y el boicot legislativo. Aun así, no logró legitimarse.
La ciencia política comparada sostiene que un partido sólo puede ganar dos periodos consecutivos, y eso le ocurrió al PAN. El regreso del PRI se debió a varios factores: el liderazgo de Dulce María Sauri y Beatriz Paredes; los coordinadores Emilio Gamboa Patrón y Manlio Fabio Beltrones; un corporativismo desvencijado; y los gobernadores priistas. Así llegó Enrique Peña Nieto al poder.
La entrevista a Peña Nieto revela paralelismos con Fox: no supo gobernar. El Pacto por México fue un logro inicial, pero su gobierno se desplomó con Ayotzinapa, la Casa Blanca, la corrupción del “nuevo PRI”, la banalidad y el gasolinazo. Delegó el poder en Luis Videgaray y Osorio Chong. En su negociación con AMLO, como admite en la entrevista, permitió el registro de Morena, aun cuando sus estatutos no eran democráticos y no deberían haberse aprobado, como sucedió con el partido de Gilberto Rincón Gallardo en 2003, y los del fallido partido de los albañiles.
Diego Fernández de Cevallos sostiene que “el PRI está más vivo que nunca, sólo cambió la chaqueta tricolor por una moradita”. En cambio, Juan Villoro acierta al decir: “el PRI no es un partido, sino una cultura”. Ya en 2003 Ugo Pipitone había señalado que el PRI representaba un triunfo cultural: nepotismo, patrimonialismo y corrupción. Eso se observa hoy en todos los partidos.
Considero muy pertinente reconocer la contribución de dos formidables políticos, antitéticos entre sí, Porfirio Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas, que por cierto se conocieron en el jardín de niños; ellos fueron los constructores de la “corriente democratizadora”, como la bautizó la prensa de los años ochenta, sino por la congruencia en la búsqueda de la democracia; el primero fue presidente del PRI en la elección presidencial de 1976; el segundo era senador de la república; en 1977, el primero fue titular de la SEP; y de 1979 a 1985 designado como representante de México ante la ONU; mientras el segundo era gobernador de Michoacán de 1980 a 1986. Y allí empezó una parte de la historia de la democracia en el país, con estos formidables políticos.
Desde mi punto de vista, Morena no es el PRI: se asemeja más al PNR. No tiene sectores, carece de cuadros académicos, es rústico como aquellos revolucionarios, pero más corrupto. Es un partido cleptocrático con un solo dueño: Andrés Manuel López Obrador. Al igual que el PAN, sólo gobernará dos sexenios, por la misma causa que llevó al PRI a la derrota en 2018: corrupción sistémica, frivolidad, soberbia, alianzas con grupos ilegales y gobernadores cuestionados. Lo más evidente: el obradorato está moralmente derrotado por los propios hijos del presidente.
La pregunta final es: ¿cuál será el impacto de este documental en la sociedad mexicana? El primer escenario es la pérdida del registro del PRI en 2027. También tendrá impacto en Morena, que, como el PRI en 1997, perderá la mayoría en la Cámara de Diputados y varias gubernaturas. El nuevo partido de la presidenta avanzará, como antes Morena lo hizo con el PRD y luego con el PRI: vaciándolos. El PAN tampoco será opción en esa elección intermedia. La presidenta seguirá la ruta de Ernesto Zedillo: primero la sana distancia y después la derrota electoral, iniciando por la Cámara de Diputados y culminando con la presidencia de la República.