El estado transita por momentos álgidos, inéditos, desconcertantes, abrumadores del espíritu colectivo.

Nunca en Veracruz se había reportado el uso de drones con explosivos para atacar a lugares poblados.

Nos situábamos lejos de la realidad cotidiana de entidades como Michoacán, Guerrero, Tamaulipas o Sinaloa, donde los carteles organizados guerrean entre sí, ajenos, distantes del terror que causan en la población civil.

Un hombre murió como consecuencia del ataque director contra la casa del alcalde electo de ese municipio, el panista Lauro Becerra García, quien, a pesar de ganar la elección de junio pasado, no vive en su domicilio ante las amenazas de muerte dirigidas contra él.

Los alumnos de la escuela Ramón Espinoza tuvieron que ser evacuados del plantel por los maestros ante la intensidad de los estruendos.

La pregunta descarnada radica en el tránsito de los 110 días restantes para que el alcalde electo rinda protesta de ley, con todos los momios en contra respecto a la garantía que debe otorgarle el Estado hacia su persona, familia y bienes.

Aterrizan aquí dos premisas:

1. El alcalde electo tiene una vocación de servicio a prueba de bomba —paradoja de lo literal— y analiza por las noches de insomnio que la violencia que registra su municipio cesará una vez que él y su comuna alcen la mano extendida, en promesa de cumplir y hacer cumplir la ley (con que ojos divino tuerto, dice la sabiduría popular) en su demarcación territorial.

2. Quizá Lauro Becerra García sea fanático a ras de locura de José Alfredo Jiménez y esté convencido hasta la sinrazón que «la vida no vale nada» o adapte el homenaje de Milanés a Santiago de Chile y cante «Yo pisaré las calles nuevamente/ de lo que fue Coxquihui ensangrentada/y en una hermosa plaza liberada/me detendré a llorar por los ausentes».

Y es que este municipio enclavado en la sierra del Totonacapan hace mucho que ocupa los titulares noticiosos.

Justo en el arranque de las exiguas campañas a las presidencias municipales, el 29 de abril fue asesinado a balazos Germán Anuar Valencia, conocido como «Napo», candidato de Morena a la alcaldía de Coxquihui.

El asesinato del «Napo» inauguró el periplo electoral en el estado de Veracruz.

Casi cuatro meses después, en una línea de tiempo marcada por la violencia, su hijo, Ramón Valencia López, un jovencito de 20 años que tomó la estafeta de la candidatura morenista luego del crimen de su padre, también fue asesinado.

Aquí la violencia criminal no distingue partidos ni ideologías, barre parejo en la siembra de la anarquía, el caos y el miedo.

El colofón de esta espiral de violencia, que no debiera normalizarse por la novedosa recurrencia de estas técnicas de guerra de guerrillas usada por los grupos de la delincuencia organizada para guerrearse mutuamente, sembrando el terror colectivo en el uso de drones con explosivos, es la cancelación del grito de independencia desde el palacio municipal.

El alcalde en funciones —quien ya no ve lo duro sino lo tupido—, Juan Pablo Gómez Mendoza, publicó en sus redes sociales que después de una reunión extraordinaria con la oficialía mayor del ayuntamiento, ediles y directores de escuelas, en común acuerdo, determinaron suspender la ceremonia del grito de dolores el 15 de septiembre.

La situación de violencia en este municipio debe atenderse, debe sembrarse la idea de la prevalencia del Estado de Derecho.

Veracruz no es Michoacán, tampoco Guerrero.

Ojalá que las noticias relacionadas al uso de drones con explosivos no se repitan nunca más en el time line de la vida pública.

Y no es una incursión narrativa a la exaltación del amarillismo, ni un incienso quemado a la tragedia.

No.

Es simplemente el recordatorio que en Veracruz no pasaban estas cosas.

La esperanza del colectivo por alcanzar el bien común −la tranquilidad publica es parte de este concepto− se impondrá en esta narrativa violenta que no se acepta, que no pertenece a los veracruzanos

… de otro costal.

Una niña arroja un puñado de arroz a las palomas en el Parque Juárez. Las miradas de los padres y una abuela panean el jolgorio de las aves y la chiquilla.

Más adelante, un hombre escribe un poema con tiza morada sobre las baldosas por donde transitan burócratas, estudiantes universitarios y turistas, quienes detienen su caminar para aventar una moneda al cestito de palma del artista callejero.

Un hombre se da bola en un sillón tipo trono que da justo a los accesos de Palacio de Gobierno.

Mira con detenimiento el entramado de las canaletas que ocultan el cableado que entra y sale de las oficinas de gobierno como extensiones de hiedra metálica.

«Ya no encontraron los cables de los micrófonos que antes enchufaban para espiar a los funcionarios, ya estaban tostados», dice el bolero que sabe vida y obra de funcionarios y políticos y escucha más noticias que los trabajadores del área de monitoreo.

Los padres de la niña se acercan y preguntan al bolero si dejan pasar al interior del palacio en remodelación.

«Hasta que terminen con la remodelación», les responde el bolero.

Y en otras noticias —diríase en paráfrasis de Jacobo Zabludovsky que minimizó el inicio de la lucha estudiantil del 68—, el viaducto, fue pintado de blanco.

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Las buenas noticias también venden, dice un slogan publicitario.

En el caso del Estafo de Veracruz, según publica El Financiero, avanza en materia de transparencia y orden en el manejo del dinero publico y en el cumplimiento de sus obligaciones financieras.

La agencia internacional Moody’s México mejoró la calificación crediticia de Veracruz, que pasó de A-.mx a A.mx con perspectiva estable, y ratificó en AAA.mx los 13 créditos contratados por la entidad.

De acuerdo con la calificadora, este cambio refleja los avances en las finanzas públicas del estado, entre ellos la reducción de deuda, el incremento de ingresos propios y la consolidación de la estabilidad fiscal.

Esto no es más que la resultante del Ordem e Progresso impuesto por la gobernadora Nahle en el manejo y dispersión del caudal público.

Buen puente patrio.

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