Con toda su malignidad, el PRI era una institución política; Morena es un movimiento caudillista.
El PRI no tenía dueño, ni siquiera el presidente en turno; Morena sí lo tiene, y no es la presidenta en turno.
El PRI tenía una ideología camaleónica, con un trasfondo liberal. Morena tiene vocación totalitaria. Y, punto clave, el PRI despertó (al cuarto para las doce) a la necesidad de cambiar. Nada indica que Morena intentará reformarse. Por el contrario: tiene todo el poder y lo querrá para siempre.
Las lecciones que deberían prevenirnos están a la vista: son Cuba y Venezuela. Se dirá que, dada la vecindad con Estados Unidos, nuestro país nunca adoptará el sistema económico comunista ni nadie decretará, como Hugo Chávez, “Exprópiese”. Puede ser, pero en términos de control político y disolución del Estado de derecho, solo los ingenuos dudan de que México navega hacia ese “mar de la felicidad”, como llamó Chávez al infierno de Cuba y Venezuela.
¿Qué hacer? Es inútil esperar que el cambio venga desde dentro del régimen. Es inadmisible esperar que venga desde afuera. Y no creo que la mayoría del pueblo mexicano despierte pronto del engaño en que el régimen lo ha envuelto.
Por eso el futuro depende de la inmensa minoría. Si supera el pasmo y pasa a la acción cívica, México podrá eludir la vía en la que estamos, que amenaza con ser larga, humillante, caótica y dolorosa.
* Debo la frase a Gabriel Zaid.